miércoles, julio 27, 2016

Carnívora en estado de gracia



Por Guillermo Saccomanno

Al Poder no le gusta que el arte se conecte con lo político, la escritura con lo político. Es decir, el uno con el todo. Para quien escribe, escriba lo que escriba, lo político está en el lenguaje. En este plano, en el lenguaje, es donde Lao se rebela contra las normas del habla y el discurso público al buscar un sentido en el caos y en lo subterráneo. Tanto en sus ficciones como en su poesía, Lao se rebela contra los modos – mejor dicho “los buenos modales” – que el sistema espera de la poesía, una lírica que consensúe. Brecht dijo que la verdad tiene un tono, que hay que saber cómo encontrarlo. En lo personal – desde qué otro lugar puede hablarse cuando hablamos de poesía -, estoy convencido de que Lao escribe en la noche buscando un tono, una verdad. Diría entonces: la poesía como expresión del ser autodesterrado de la normalidad y también como vidente, interpretando el dolor, el propio y el ajeno y, a la vez, volviendo natural la paradoja, manifestando en la herida la felicidad de la escritura. Me gusta imaginar a quien escribe poesía como exorcista. Pero, ¿se pueden acaso extirpar los monstruos y deformidades del sueño donde se hacen carne? La poesía suele intentarlo. Y este es el caso de Lao con sus percepciones más próximas a la verdad de nosotros que cualquier interpretación psi bien intencionada. Hablo de lo salvaje, lo reprimido.

Al pensar en la antinomia bastante falsa narración/poesía, me pregunto por qué no pensar estas dos escrituras como complementarias. Es aquí donde Lao irrumpe con un gesto infrecuente. Escritora de teatro, escritora de novelas, escritora de cuentos ahora se presenta como escritora de poesía, una poesía que me gusta leer como conjunto de relatos que, en lo profundo, se constituyen como autorretrato y grito. En estos poemas que componen “Carnívora” habitan los integrantes de un zoo onírico en el que conviven desesperaciones, temblores, llagas y coágulos. En efecto, hay que mencionar la sangre, la sangre se siente al leer a Lao. Extremando, diría que escribe con sangre. Su tinta es sangre. Así se lanza a una cacería. Lo que evidencia: la tensión dialéctica carne y espíritu. Leamos lenguaje en vez de espíritu, leamos la búsqueda de esta, a menudo, imposible fusión. Acá surge una violencia que proviene de lo sagrado, la palabra, porque en el hecho poético la palabra se reviste de un orden sagrado. A diferencia de la narrativa – las novelas, los cuentos – donde la palabra cumple un rol utilitario, situar al lector en una convención de lo que es “la realidad”, en la poesía, en cambio, la lengua no se propone como representación sino como revelación. El alumbramiento va en contra del orden establecido, subversión del cuerpo y también de la palabra, encuentro entre uno y otra que socavan el maniqueísmo. Lao se cuenta, cuenta y nos compromete en los escritos de la niña-tiempo, escritos a dentelladas.

Según Girard el sacrificio es a la vez tan santo como criminal. Ya en la tragedia griega el asesinato cumple una función ritual. El carácter sagrado de la víctima, que al ofrecerse asume el asesinato y libra el acto de su carácter penal. En su poesía Lao se inmola y a la vez se mira en el espejo en que la otredad la observa en visiones impiadosas, desquiciadas en un aullido. Porque la poesía hace esto, sustituye con belleza lo horrible de nuestras llamadas partes íntimas, las que no se ven sino en quirófanos y morgues. Pero donde más nos encontramos es en ese silencio abismo de lo que no se pronuncia sino que se alude, un abismo que nos atrae con su lectura, la lectura entendida como complicidad en la violencia ceremonial de los cuerpos que buscan su nombre en el destello de una frase, un giro, un punto. Esta lectura reclama tanto saltar al vacío como complicidad en el salto. Tendremos entonces que asimilar lo animal con lo humano. Y viceversa. Animalizar lo humano, digo. En el zoo, nuestros dobles, somos esa taxonomía. De esto se trata también el sacrificio: eviscerar los sueños. Lao se presenta con una poesía que media entre nosotros y otra cosa que no se nombra pero se conoce y angustia. Si no se la nombra es porque, como en el zen, el insight resulta intraducible. Estamos, ni más ni menos ante la función sagrada de la palabra poética. “Ingresar en la poesía de Lao, en la opinión de Hernán Ronsino, “es ingresar en un “laboratorio de la lengua”. Y también: “El cuerpo, en “Carnívora” será entonces sobre el cual la lengua se desplace como un ejército sediento, voraz, animal”.

Después de redactar estos apuntes, vuelvo a la lectura de Lao. Leo a Lao una y otra vez. Y me doy cuenta de que me pasa lo que no siempre pasa: en cada lectura ingreso en una zona de misterio donde se empiezan a escuchar voces, todas las voces que puede ser ella. Quiero subrayarlo: el dolor en estado de gracia, una experiencia nocturna.


(Este texto fue parte de la presentación de Carnívora, de Fernanda García Lao, en el Museo de Ciencias Naturales de la ciudad de La Plata.
El libro fue editado por Facundo Abalo para Edulp. Editorial de la Universidad de La Plata, julio 2016).

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